Con una caja de cartón bajo el brazo, apoyándose en su retorcido bastón, subía el anciano lentamente por la empinada calle del barrio. Lo alcancé a la mitad de la cuesta, se veía muy cansado. −Hola, vecino, ¿cómo me le va? −saludó. −Bien, don Crescencio −le respondí−, ¿qué lleva ahí?, se nota algo pesado, venga yo le ayudo. −Gracias, sumercé, son los regalos que me dieron por la fiesta del padre −contestó mientras ponía la caja en el suelo. Me agaché para levantarla, pero grande fue mi sorpresa al comprobar su liviandad, nada contenía. Apercibido de mi extrañeza, don Crescencio sonriendo me dijo: −Parece vacía, pero está repleta de felicidad, estimado amigo; en ella van los abrazos, los besos y los cariñitos que me prodigaron durante todo el día mis hijos y mis nietos... detalles que no hacen bulto, pero llenan el alma −concluyó.
ANCIANIDAD
(Soneto)
Como la nieve cubre el campo verde
sobre mis sienes el invierno posa,
y en la silente ancianidad se pierde
de aquel ayer la flor maravillosa.
Mas aunque viejo, desolado y triste
el corazón palpita emocionado,
cuando de luz la descendencia viste
y nos regala un beso inesperado.
Se colma el alma con eterno amor
cual un estuche de esmerados trazos,
donde se guarda el fraternal candor
de tiernos guiños y de los abrazos
que tanto alegran al que en su dolor:
siente la vida rota en mil pedazos.
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Rafael Humberto Lizarazo G.
Imagen: La calle empinada
(De la Internet)