Ahí estaba Teresita, una anciana de ochenta y tantos años, en una calle cualquiera abandonada a su suerte. Al pasar por su lado me detuve un momento para preguntarle por sus productos: me miró con tristeza y me dijo que eran envueltos de mazorca, que estaban fríos porque los había preparado desde la noche anterior y no tenía como mantenerlos calientes. Me contó que había criado siete hijos, pero que vivía solita en un inquilinato pues ninguno se acordaba de ella y que, para sobrevivir, le tocaba apelar a la bondad de quienes le compraban sus bocadillos.
DESIDIA
(Octavillas)
Si en vida soy ignorado:
¿Qué seré después de muerto?
Tal vez un grano de arena
en el inmenso desierto,
una paloma que vuela
hacia el horizonte incierto
o un velero abandonado
en algún lejano puerto.
La ingratitud en la tierra
causa dolores y penas
imponiéndole a las almas
insoportables condenas;
solo el amor puede darle
a la vida cosas buenas
quitándole al moribundo
los grilletes y cadenas.
Si estando soy olvidado:
¿Qué seré cuando no esté?
Tal vez un gajo caído
que río abajo se fue,
una gota derramada
de la taza del café
o algún fantasma perdido
a quien nadie oye ni ve.
El olvido también causa
en el mundo sufrimiento
haciendo más pesarosa
la vida en todo momento;
un abrazo con ternura
puede aliviar el tormento
regalándole al que sufre
un poquito de contento.
Para mis años postreros
al Dios del cielo le pido,
no tener que padecer
la ingratitud y el olvido.
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Rafael Humberto Lizarazo G.
Fotografía: Paola Lizarazo