"¿A dónde lo llevan? ¿Qué le van a hacer?", preguntó Josefina, presa del pánico. "Lo llevamos a dar un paseo", contestó uno de ellos, amenazándola con una pistola. Juancho sentía que los pies hinchados y doloridos se le iban a salir de las botas que los aprisionaban, ya no podía caminar más, hubiera querido seguir adelante, pero cayó de rodillas. El llanto de Josefina se confundió con el eco de unos disparos, ni siquiera la dejaron despedirse de su amado. "¡No puede ser cierto, no puede ser!", gritó, antes de desmayarse, perdiéndose en aquel laberinto de angustia y dolor. Qué injusticias tan terribles se cometen a nombre de la supuesta revolución social, que produce tanto mal.
JUANCHO
(Pareados)
Fusilaron al viejo aquel día
porque ya caminar no podía,
y dejaron su cuerpo tirado
en el monte sin ser enterrado.
Era Juan un humilde labriego
que vivía con alegre sosiego,
cultivando y amando su tierra
abrigada, arriba en la sierra.
Su parcela de todas mejores
y su casa adornada con flores,
su mujer agraciada y bonita
trabajaba también la tierrita.
Unos cuantos sicarios enviados
por algún malandrín, entrenados,
a su rancho llegaron un día
cometiendo una cruel felonía.
Se llevaron a Juancho amarrado
como llevan al coso el ganado,
se quedó Josefina llorando
mientras "esos" se iban marchando.
No valieron los ruegos de Rosa
(la chiquita, la más primorosa)
ni los gritos de Pedro y José:
secuestrado, su padre, se fue.
Hacía tiempos que no se veía
una suerte tan triste e impía,
hoy la paz nuevamente se ha ido
y el terror otra vez ha venido.
Josefina llorando solita
se despierta cualquier mañanita,
añorando de Juancho, encontrar...
una tumba donde irle a rezar.
¡Triste historia, de nunca acabar!
Rahulig/011
DRA
Imagen: Familia Boyacense
Archivo particular