Tal vez haya sido mía la culpa, tal vez no supe valorar el gran amor que me brindaba, tal vez pudo más el llamado de los placeres citadinos que la tranquilidad del humilde hogar allá en la montaña. No lo sé, pero ahora me arrepiento, ahora comprendo que todo lo tenía y no me daba cuenta; ahora, de nada sirve llorar, solamente me reconforta el maravilloso recuerdo de aquella tierna mujer que me trajo a la vida y la grata remembranza de la infancia en un remanso paz, amor y felicidad. Ahora... es demasiado tarde, el destino es inexorable y el tiempo no perdona, lo sé bien, poco a poco me acerco a tu regazo: ¡Madre mía!
RUINAS
(Vals ranchero)
Allá en la casita blanca
donde dichoso viví el ayer,
quedó el recuerdo bendito
de cariñosa y tierna mujer.
Por caprichos del destino
de mi ranchito yo me alejé,
y al volver sólo las ruinas
desde lo lejos las divisé.
Y en el solar de la casa
una cruz de palo sembrada vi...
y pintado el nombre de ella
murió de pena porque me fui.
Son gravísimos pecados
la indiferencia y la ingratitud,
pero eso no lo pensamos
cuando tenemos la juventud.
El dulce amor que nos brinda
una santa madre sin condición,
es el más grande tesoro
puesto que nace del corazón.
Los hijos somos ingratos
y algunas veces obramos mal,
luego erramos por el mundo
como paloma sin su nidal.
La vida siempre nos cobra
todas las deudas se han de pagar...
y después de lo causado
de nada vale tristes llorar.
Son gravísimos pecados
la indiferencia y la ingratitud,
pero eso no lo pensamos
cuando tenemos la juventud.
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Rafael Humberto Lizarazo G.
Imagen: La casita blanca
(Rosa Chanagá)