Aquella tarde de enero, de hace ya muchos años, el hombre estaba desconsolado. Cuentan que se asomaba constantemente al balcón y miraba hacia el horizonte como esperando el ocaso o la llegada de algún visitante, pero no era así, tenía pensado ejecutar su plan tan pronto como el sol se ocultara y partir al tiempo con la luz del día. Los vecinos lo encontraron caído, junto a la ventana, con una daga clavada en el pecho y en sus manos una carta con la fotografía de una mujer: la misiva, sin destino y, el retrato, era de aquella que en el cielo le aguardaba... se fue en silencio a sus brazos.
CONJURO
(Jotabé dodecasílabo)
Al ocaso triste de un aciago día,
a su pecho vino la melancolía.
Recordó los tiempos de las ilusiones,
los sueños perdidos, las locas pasiones;
los amores idos, las viejas canciones
y llegaron raudas las tribulaciones.
Bajo la penumbra de la noche oscura
y en medio de abrojos la enjuta figura
del corsario inerme, ya sin bizarría,
exhala un rosario de lamentaciones
mientras una daga, su penar conjura.
Rahulig/016
DRDA
Imagen: El hombre del balcón
Gustavo Caillebotte
Gustavo Caillebotte