Aquella mañana de domingo el pequeño
pueblo parecía un hervidero. En el parlante de la alcaldía sonaba el Himno
Nacional, las campanas de la iglesia repicaban sin cesar y una camioneta policial equipada con dos potentes cornetas recorría las calles invitando a los
ciudadanos para que se dirigieran a la plaza principal
porque algo inusual estaba por acontecer. Al cabo de un rato, con la plaza
colmada de gente, el señor cura párroco daba inicio a la celebración de una
misa campal y, tal cual los pregones, sucedería un hecho extraordinario: el pueblo entero en santa unión recuperó la fe y la esperanza perdidas... el ingenioso curita, alegre y muy orondo se salió con la suya, le sonó la flauta.
Érase un pueblo de
ateos
donde nadie creía
en nada,
había una iglesia
chiquita
que siempre estaba
cerrada.
Tres monjitas, el alcalde
y el sargento Tibaduisa,
eran los únicos
fieles
que asistían a la
misa.
Cada día de mañanita
el campanario
sonaba,
pero ningún feligrés
por la iglesia se asomaba.
Hasta que un día
el curita,
el alcalde y el
sargento:
se unieron par inventar
un descabellado cuento.
Atraídos por el chisme
muchos salieron de casa,
sin pensar que les darían
su buen sermón en la plaza.
Ahora cada domingo
con grande fe y
alegría,
todo el mundo asiste a misa
para escuchar la
homilía
del párroco, que
bien supo,
devolver la fe
perdida
a un poblado en donde antes
el diablo tenía
guarida.
Y colorín,
colorado
nos vemos en ocho
días,
en la plaza
principal
para alabar al
Mesías.
Rahulig/016
DRDA
Imagen: La Candelaria
De la internet
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