Don Leoncio, como lo hace todos los días al caer la tarde, camina lentamente hasta el balcón, se acomoda en la silla mecedora y comienza a balancearse tarareando alguna vieja canción mientras contempla como el sol se pierde tras las montañas allá en el horizonte. "Así es la suerte", murmura, "cuando llegamos al ocaso de la vida nos tratan como a un mueble viejo, nos acomodan el algún rincón para que no hagamos estorbo y poco a poco nos van olvidando. Aquí, en el mirador no molesto a nadie, contemplo el atardecer y espero la noche recordando que alguna vez tuve fuerzas para luchar y sacar adelante a la familia que hoy me ignora".
OCASO
(Lizaraejoa)
En tanto miro el cielo desde mis ventanales,
allá en el horizonte los rojos encendidos
refulgen y se esconden en locas espirales.
Arreboles lejanos que en el confín silente
decoran las montañas al tañer de campanas,
e impávida se aleja la tarde ya muriente.
El astro rey se oculta do anidan los halcones,
así como en el alma palpitan escondidos
recuerdos inmortales de incautas ilusiones.
Se guardan, se atesoran bajo senil techumbre
candorosos albores de plácidas mañanas,
que signan el sendero para alcanzar la cumbre.
Allá en el horizonte los rojos encendidos
decoran las montañas al tañer las campanas,
así como en el alma palpitan escondidos
candorosos albores de plácidas mañanas.
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Rafael Humberto Lizarazo G.
Imagen: Atardecer boyacense
(De la Internet)