Mientras pedaleaba bajo llovizna mañanera de un domingo cualquiera, por la avenida circunvalar, buscaba el desvío que lo alejaría de la caótica jungla gris para conducirlo rumbo a la verde campiña. Siempre le sucedía que, por ir ensimismado en la suave melodía que salía de los audífonos, pasaba de largo y tenía que regresar a retomar la ruta campestre. Esta vez no fue la excepción: pasó de largo y decidió, entonces, dirigirse hacia la parte alta de la ciudad subiendo la cuesta que lleva hasta el mirador de la ermita. En el atrio de la capilla, sentada en un peldaño y leyendo a Borges, estaba ella... la ninfa que sería su eterna inspiración.
A PRIMERA VISTA
(Soneto espejo)
Un aura de misterio la envolvía
cuando por vez primera yo la vi;
de Borges un poema ella leía,
sumida en contagioso frenesí.
En aquella mañana, que era fría,
el fuego incandescente lo sentí;
mi corazón con gran pasión latía,
y un mundo diferente descubrí.
Tesoro que es hallado, sin buscarlo,
entre las flores blancas o en las rojas;
acude a nuestro lado sin llamarlo.
Es bálsamo que cura las congojas,
que redime, y podemos encontrarlo:
en un libro de amarillentas hojas.
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Está siempre contigo, si te enojas,
o gime aunque no quieras consolarlo;
perdona si de orgullo te despojas.
Te acompaña en la ruta sin dudarlo,
por senderos extraños, si te antojas;
solamente hace falta no engañarlo.
Me ha dado la esperanza que pedí
en las aciagas horas de agonía;
lo he visto muchas veces, por ahí,
remediando la cruel melancolía.
Fue grande la emoción que yo sentí
en la clara mañana, de aquel día;
cuando ante su presencia me rendí,
frente a la bella ermita de María.
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Rafael Humberto Lizarazo G.
Imagen: San Lázaro, Tunja
(De la Internet)